martes, 28 de abril de 2009

CRISTO RESUCITADO Y LOS DISCIPULOS


En este tiempo de Pascua – el tiempo que va desde el Domingo de Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés- la liturgia de la Iglesia es muy rica en sus textos y antífonas para hacernos vivir la Pascua de Jesucristo como nuestra Pascua.

En primer lugar, quisiera poner de relieve la relación de la Resurrección de Jesús con sus discípulos. Desde el día de la Resurrección escuchamos aquella parte de los evangelios que traen los relatos de la Resurrección y la reacción de los discípulos.

Sabemos que las primeras en descubrir que el “sepulcro estaba vacío” fueron las mujeres (
Mc. 16. 1-8 Lc. 24. 1-10 Jn. 20. 1-2). Los ángeles les advierten: “¿porqué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí”. Y será Jesús quien envíe a estas mujeres a dar la noticia a los apóstoles.
La reacción de los apóstoles es de incredulidad. Simplemente no lo podían creer. La pasión, la crucifixión y la muerte en cruz les habían dejado desconcertados. Aún así Pedro y Juan van al sepulcro y lo encuentran vacío. Como habían dicho las mujeres.

Jesucristo resucitado va a buscar a sus discípulos la tarde de aquel día (
Mt. 28. 16-20 Mc. 16. 14-18 Lc. 24. 36-49), mientras ellos están con las puertas cerradas. Podemos decir que va a buscarlos, para que “vean y toquen” que Él está vivo. No es un “fantasma” como pensaban. Los discípulos se alegraron. Ocho días después se presenta de nuevo a sus discípulos, estaba con ellos Tomás, quien había dudado del testimonio de los otros discípulos. Los apóstoles debían ser los “testimonios de la Resurrección” hasta los confines de la tierra (Mc. 16. 14-18 Lc. 24. 36-49 Jn. 20. 21 Hech. 1. 8).
Por tanto era necesario que ellos estuvieran, en primer lugar, convencidos de la Resurrección para poder, como consecuencia, dar testimonio de la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal.


De modo parecido: sólo quien celebra la Resurrección de Jesucristo puede testimoniar que Cristo en nuestra Pascua. La muerte no es el final. Por esto la Iglesia nos invita a vivir con alegría y esperanza nuestro caminar cotidiano.

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