sábado, 30 de abril de 2011

SANTIDAD Y HUMANIDAD

En los ambientes de sectas evangélicas, con frecuencia, se critica a la Iglesia Católica por tener en el templo las imágenes de los santos. Suelen decir que apartan del culto debido a Dios, ¿Tienen razón?


Con la beatificación de Juan Pablo II la Iglesia y el mundo son testigos que la santidad es posible. El Sucesor de Pedro estuvo al frente de la Iglesia por varios años. Recorrió muchos países con afán misionero. Mostró la preocupación de la Iglesia por el hombre de hoy, por todo hombre y mujer. Muchos fueron los que conocieron a Juan Pablo II cuando inició su tarea de guiar a la Iglesia y muchos más, los que lo vieron como un anciano enfermo que se aferraba a la cruz.


Muere el segundo domingo de Pascua o Domingo de la Divina Misericordia. Inmediatamente la gente que lo ha visto quiere darle el último “adiós”. Con la muerte de una persona se pone ante los ojos de los demás lo que ha sido su vida. Los que le conocieron de siempre, los que vivieron con él, los que fueron sus colaboradores, y muchísimos testimonios de personas que mostraban que Juan Pablo II había sido una persona extraordinaria. El clamor de muchos fue: “santo ya".


Una persona que había mostrado una gran humanidad. Dones y talentos recibidos de Dios y que generosamente los había puesto al servicio de los demás. Un santo siempre atrae a sus contemporáneos – y no sólo- porque deja una huella, un legado, una herencia, un estilo que vida que anima, empuja y da esperanza. Un santo es aquel cuya humanidad deja traslucir aquella fuerza divina e invita a seguirla: “Abran las puertas a Cristo”, “No tengan miedo”. Juan Pablo II, y todos los santos del cielo, son quienes animan el camino de fidelidad a Cristo. Santidad y humanidad van de la mano.

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